4.2. Marketing vs innovación terapéutica

Un estudio oficial llevado a cabo por una comisión de expertos nombrada por el Congreso de EEUU estimó que el coste de producción de un nuevo medicamento era en 1993 de 802 millones de dólares. El Centro para el Estudio de una Legislación Responsable de Washington efectuó un contrainforme evaluando el coste de los medicamentos que eran financiados a partes iguales por las compañías farmacéuticas y por dinero público (los medicamentos llamados “huérfanos”, que representan el 20% de los medicamentos comercializados en EEUU y corresponden a medicamentos cuyo mercado potencial es demasiado pequeño para compensar los gastos de investigación). El coste total de producción de un medicamento huérfano fue hasta tres veces menor que el de un medicamento totalmente producido por una compañía farmacéutica. Esta disparidad se produce porque, en el caso de los medicamentos producidos por una compañía farmacéutica, en el apartado de “producción” se incluyen parte de los gastos que son propiamente de “promoción”. En el caso de los medicamentos huérfanos, esto no puede hacerse porque el compromiso es repartir a partes iguales los gastos de “producción”, y no los de márqueting. La conclusión es que la mayor parte de los gastos de las compañías farmacéuticas son actualmente gastos de márqueting, pero no se presentan como tales, sino que se disfrazan como gastos de investigación o de producción para poder encarecer así aún más los medicamentos. En 2001, los médicos de EEUU recibieron las visitas de un total de 88.000 representantes de la industria farmacéutica que, además de repartirles 11 mil millones de dólares en muestras gratuitas de nuevos medicamentos para que “los probasen” con sus pacientes, les ofrecieron regalos personales, viajes y otras compensaciones.
EEUU y Nueva Zelanda son los dos únicos países industrializados en los que está permitido realizar propaganda directa a los pacientes de los medicamentos de receta. En el resto de países está prohibido porque la vulnerabilidad del paciente puede ser manipulable y la probabilidad de que un médico tenga en cuenta los deseos de su paciente al recetar es también elevada, sobre todo cuando se trata de elegir entre medicamentos que tienen los mismos efectos terapéuticos, como los medicamentos de “yo también”.
Dos ejemplos de cómo puede ser manipulada esta vulnerabilidad son:
a) los anuncios de medicamentos del “canal paciente” (un canal de TV que sólo se emite en hospitales). Hay que imaginar al paciente acostado en su cama del hospital, preocupado porque no se encuentra demasiado bien, oyendo toda clase de informaciones sesgadas sobre los nuevos medicamentos que podrían curarle, presentadas muchas veces por personajes famosos del mundo del espectáculo o los deportes;
b) el segundo ejemplo son los estudiantes de las escuelas secundarias y campus universitarios a los que se dirigió una campaña masiva de promoción de medicamentos antidepresivos; los centros docentes, a cambio de elevadas cantidades de dinero, permitían que médicos pagados por las compañías farmacéuticas dieran conferencias a los estudiantes y les animaran a pedir a sus médicos o a los médicos del campus que les recetaran antidepresivos para solventar los problemas de personalidad y crecimiento propios de los adolescentes y jóvenes.
Un testimonio personal: recuerdo el gran impacto que tuvo en todos los residentes de medicina interna una conferencia, de asistencia obligatoria, que nos ofrecieron pocos meses después de nuestra llegada al hospital de Buffalo (Nueva York) donde tendríamos que llevar a cabo la residencia durante tres años. Se nos informó de que la tasa de suicidios entre los residentes de primer año era muy alta y que haríamos bien en buscar cuanto antes el mejor tratamiento para nuestra depresión (todos estábamos muertos de sueño y exhaustos por tantas horas de guardias). Nos informaron también de que había salido un nuevo tratamiento que parecía que podía prevenir la depresión. Tuve la suerte de que mi médico-tutor, un ex médico del ejército de cierta edad y con mucha experiencia me advirtió de los intereses que escondía aquel “acto académico”. Me impresiona pensar que podría haber muerto o enfermado de por vida a causa de los efectos secundarios de un medicamento que había sido producido únicamente por ánimo de lucro, evaluado y aprobado con escaso rigor, que yo no necesitaba para nada y que me había sido promocionado en un momento especialmente vulnerable. A mí no me pasó, pero a otros –a miles de otros– sí les ha pasado.

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